Te quiero.



Esas palabras surgidas en el momento justo, cuando los labios ardientes, con intención de posarse en los otros que tienen enfrente, se relajan y forman figuras gráciles que coinciden con la constante cadencia del aire que sale bajo un sutil control, esa esencia vital, soplo de vida que anima un sentimiento que se apresuraba a formarse entre las cejas de cada uno; coincidió el momento, ella lo dijo sin pensarlo, y él lo pensaba intensamente aunque no lo dijo. 


Con ello surgió, de un latir fuerte y constante, el hilo de una historia que los ha conmovido y ha removido sus miedos; de ese denso pasado lleno de heridas y de luchas brotó nuevamente la luz que ilumina sus rostros en constante sonrisa, en constante admiración; una admiración que le da vida a los personajes en la historia que, muy profundo en sus mentes, va tomando forma, se colorea de ideas, ilusiones y fantasías. 


Mientras sus labios se acariciaban y sus mentes se conectaron en un abrazo movido por el sentimiento, sus manos se buscaron a las espaldas del otro para que el vínculo se sellara, mentes y cuerpos se conjugaron en el único verbo en español que termina en “or”. 


La historia que se escribe entre ellos dos, no tiene fin, la decisión que tomaron al encontrarse los unió al compromiso irrenunciable de intentar, a la idea perfecta de un por siempre esquivo e irreal que adquiere nueva forma cada vez que sus miradas sinceras se encuentran y se repiten sin miedo, Te quiero. 



Cristo...

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