Desprecio

Cuando las luces se agolpan constantes, cuando el bullicio resonante y el brillo estridente que invita a la euforia ensordece, cuando la armonía abandona el sonido y da paso a la vaga y aturdida ausencia. En ese instante preciso en que el desprecio del desconocido, el asco del ajeno, la mirada despectiva de la belleza lejana que con altivez y sin razón alguna, juzga la presencia, la humanidad que a pocos metros se manifiesta pura; esa humanidad que con dulzura baja la guardia para que una vista atenta pueda vislumbrar la realidad que le envuelve.

El brillante color de su cabello y la preciosa figura que se recorta contra el fondo reluciente cubierto por centelleantes colores, se opaca, se desfirgura, se destruye con la pretenciosa y egoísta mirada del que con celo, cuida sus pocas pertenencias, como si la belleza que la adorna fuera óbice para la nobleza. Como si la distancia que separa a los desconocidos no fuera suficiente blindaje para el anonimato.

Armado con no mas que las mas puras intensiones, con la palabra dulce en la boca y la mirada llena de esperanza  se acercó deseoso, se acercó, solitario y desnudo, su alma podía verse si con rapidez se miraba entre los destellos de la sala, si bien no era la mas blanca, contenía en ella la felicidad de la añorada compañía, como si con eso pudiese asegurar el azar de la presencia que perfecta, parecía levantarse a su frente.

Desafortunado fue, cuando rápido y sin aviso, la silueta desapareció, cuando rauda como un rayo la belleza que lo hubiese deslumbrado unos minutos antes se transformó en la decepción que causa el vacío, un vacío mas allá de lo material, una falta que se entiende como oscuridad y desprecio, desprecio del ajeno.

No juzgó, pero si lamentó. Lamentó que esa mirada atenta no lo notase, que tal vez el miedo que la acompañaba fuera superior al agrado de un desconocido. No juzgó, sus pensamientos enrojecieron, se oscurecieron, temió tener que verse obligado a alejarse por la incomprensión del egoísmo, por la necesidad latente de protección.

temeroso prefirió desviar su mirada, prefirió que sus desnudas y humildes intensiones retrocedieran, volvieran lentas a su origen, prefirió no intimidar la reluciente belleza y con orgullo  prefirió amarse a si.

Cristo...

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